A finales del siglo XVIII, Adam Smith publicaba un libro con un título inequívoco que le haría pasar a la posteridad: “La riqueza de las naciones”. En esta obra quedaron expresados los principios rectores de la Revolución Industrial en ciernes y del funcionamiento económico del capitalismo moderno.
Básicamente, Smith establece un vínculo determinante entre riqueza, producción y trabajo, cuyo fortalecimiento conduciría a la prosperidad y al progreso.
El grado de división del trabajo y de especialización en la producción de mercancías constituiría para Smith el cimiento de la creciente productividad, que se incrementaría gracias a la destreza de los trabajadores especializados, al ahorro de tiempos que conlleva la división del trabajo y “a la invención de un gran número de máquinas que facilitan y abrevian la labor” (Smith 1994; p.37).
Como se puede apreciar, el posterior desarrollo socio-técnico de la industrialización está marcado por estas teorizaciones: la organización manufacturera del trabajo, la fábrica, el maquinismo y la progresiva automatización, el taylorismo y el fordismo estructuran la organización técnica del trabajo de la sociedad industrial que llega a nuestros días.
